jueves, 2 de mayo de 2013

MATER AMATISIMA

Desde el día 13 de diciembre de 2012, fecha del fallecimiento de mi MADRE estoy por dedicarle algunas palabras de agradecimiento y de homenaje a una mujer abnegada, posiblemente también sufrida, aunque ella lo disimulara, como muchas de las mujeres-madre de su generación. Renunció a una vida independiente y a otras oportunidades para ligar su destino a quien fuera su marido y el padre de sus cuatro hijos. Muchas veces sola, esperando la llegada del barco de la Trasmediterránea, avistándolo desde la azotea de casa, oteando el horizonte por el este,  y dándonos prisa para acercarnos al muelle de La Luz a recibir a mi padre, marino mercante desde que hiciera su servicio militar en el buque-escuela Juan Sebastián El Cano. Ella nos educó, nos amparó, nos protegió, nos transmitió los valores de la familia, del trabajo y de la crianza, como ella lo había hecho, de nuestros hijos.Vivió las carencias de la guerra civil y aprendió a vivir estrictamente con lo necesario. Ejerció de abuela, venerable y amorosa con todos sus nietos, y les expresó sin reservas el amor que sentía por ellos. Buena cocinera, de ella son muchos de los platos y postres que se recogen en este blog. En la última estapa de su vida, sosegada muy a su pesar, se abandonó al cuidado de sus hijos. Aceptaba todo, no exigía nada y su preocupación era el ocuparnos de su cuidado. Así transcurrieron los últimos años de su vida. Aunque mantuvo intacto la identificación de su hijos, nietos, sobrinos y otros familiares, no así con el espacio y tiempo que la rodeaba. Ingresó en el hospital por una neumonía y ése fue el principio de su final vital que duró apenas tres meses. Falleció en su casa, serena, sin apenas darnos cuenta, en compañía de su hija menor, el ángel que más intensamente la veló en la última etapa de su vida. Sin que ella lo supiera me despedí de ella, en silencio, en el hospital en un empeoramiento de la neumonía que se resistía a dejarla. Le dije que la quería y que me perdonara por no demostrarle el cariño que ella demandaba. Me avisaron al trabajo del agravamiento de su estado y cuando llegué, todavía con el calor tierno y dulce de la buena madre, ya había fallecido. Me despedí de ella, por segunda vez, en la estancia fría del tanatorio,  fuera del alcance de la mirada de la visitas que empezaban a llegar. No le dije nada, no hacía falta, cerré mis ojos y me abandoné a la nada, a su soledad, a mis recuerdos de niño, cogido  de su mano, feliz y seguro. Sirva este post y la rosa de Finca Mayo que lo cierra, como homenaje y reconocimiento a su memoria, a la buena madre y abuela que fué.
Ahora comparte estancia con el marino del que se enamoró, mi padre, con el que ha sellado el mar para su último puerto.


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