martes, 18 de diciembre de 2012

vuelo rasante: En mi bosque furtivo

vuelo rasante: En mi bosque furtivo: Acudo a menudo a mi bosque furtivo. No tuve compañía, fue una mañana húmeda, bañada en la bruma, fresca y, a ratos, acariciada por los p...

En mi bosque furtivo

Acudo a menudo a mi bosque furtivo. No tuve compañía, fue una mañana húmeda, bañada en la bruma, fresca y, a ratos, acariciada por los primeros rayos de un sol de otoño cálido y brillante que dejaba al descubierto las perlas de agua producidas por la tarosada nocturna. El espacio en el que te mueves no es para perderte entre los muchos castaños, escobones, pinos y restos de laurisilva, pero se logra ser invisible allí donde tu quires que no te vean. Tal vez sea ése el encanto de mi bosque furtivo. Esperas, te escondes, escuchas los ruidos que tú mismo produces cuando hundes tus botas en la hojarasca, cuando apartas una rama para retomar el camino, pensando, en que otros te han tomado la delantera.



Entonces, te paras y diriges tu mirada  y oído  a ningún sitio y a todos a la vez, intentando averiguar, en el silencio más absoluto, lo que el bosque te puede ofrecer. Con asombro te das cuenta que las setas que no habías visto aparecen ante tí perfectas, elegantes, distinguidas entre las acículas de las hojas de los pinos o entre las de castaño, en esta época de final del otoño, destempladas y rojizas, o en colonia parasitando o en su función saprofita descomponiendo materia orgánica de restos vegetales y animales. Parecen encantadas, intocables, de escaparate, de cuento infantil, de fantasía. Así me las encontré en mi bosque furtivo. Sólo recolecté las necesarias para asegurarme un plato que resultó, días después, el elaborado con berenjenas rellenas de pollo y algunas de las setas elegidas, en una base  de salsa de tomate. Este otoño otras obligaciones han limitado mis salidas al campo por lo que, a pesar del año bueno en setas, su aprovechamiento en mi despensa más bién ha sido escaso.

Dejo constancia en esta entrada, por la galería de fotos que aporto a continuación, de otros de los actractivos de este limitado bosque, en forma de caldereta, de sus reducidos prados de verde intenso vigilados por el encanto de los castaños perdidos, refugio de verodes y pequeños pasteles de risco y el siempre verde y húmedo musgo de nacimiento. Terminada la misión culinaria que me llevó al bosque me abandoné en el disfrute del silencio, la belleza vegetal que todo lo inunda y el esporádico canto del mirlo mañanero. Cerré mis ojos y creí por un momento que el único furtivo en el lugar era yo.