martes, 14 de abril de 2015

Reflexión abierta sobre el affaire JF López Aguilar

El estallido de la noticia sobre los presuntos malos tratos, del eurodiputado Juan Fernando López Aguilar a su esposa, los conocí a través de un correo de una amiga, encontrándome yo en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires. Confieso que la inverosímil noticia alteró ese día mi estado de ánimo y no podía dar crédito  a la información que seguidamente  ese mismo día consulté en los diversos medios de comunicación. En mas de una ocasión a través de este mismo blog, por facebook y en tertulias de amigos defendí la imagen y valía de este político canario. Fui, entre otros, a contracorriente  de lo que, años atrás, ya se venía comentando de él sobre su perfil psicológico: si engreído, ausente de la realidad, si excesivamente académico, sin conexión empática con la ciudadanía, sin amigos, ausente, si despreocupado, ambicioso, ajeno,  si egocéntrico, y todo lo demás que sobre su personalidad ha destapado su particular caja de Pandora.

Siempre que pude lo defendí, y explicaba que parte de su aparente autismo social  (entiéndase como una falta de sintonía con lo sencillo y lo cotidiano o lo ajeno a las personas no tan ilustradas como él) obedecía sobretodo a un  cierto estado de una personalidad tímida e insegura, aunque demostrara todo lo contrario dentro y fuera de las aulas y demás círculos y tertulias en la que se prodigó. No conocí directamente las intrigas que sufrió en su partido que no le permitió situarse como figura emergente del socialismo español, muy por encima de muchos de sus compañeros de partido y de oposición. Algo tuvieron que analizar de su personalidad que le delataba negativamente para dar el salto a la máxima  responsabilidad del PSOE. Está claro que le faltó el apoyo de la élite del partido para catapultarlo a las primarias a la Secretaría General.

Esa oportunidad se le fue de la mano y ya casi se había acostumbrado a una tercera línea de influencia, discreta e irrelevante dentro del partido y del acontecer político nacional y europeo. En este estado de cosas estalló la noticia que lo ha precipitado al vacío de forma irremediable. Dentro de las aulas, como he dicho, Juan Fernando se manejó muy bien, a pesar de lo dicho también en el terreno político apabullaba con su dialéctica a sus contrarios. Pero en el terreno de los afectos internos se ha comportado como un adolescente inmaduro, inexperto y sin el aprendizaje necesario para afrontar su situación personal de divorcio con el máximo de rigor y discreción. No voy a entrar en juicios de valor sobre su conducta de pareja, en si hubo o no violencia de género o desarreglos y disfuncionalidades domésticas, en si atendió o no debidamente a sus hijos y demás familiares, en si llevaba vida paralela o no, corresponderá  a los profesionales del derecho o, en su caso, de la  la psicología/psiquiatría, si así las partes lo requirieran, acompañarles en este trago amargo para que las mismas consigan reordenar sus vidas y conseguir la conciliación y el ajuste personal, que les permitan encarar sus respectivos futuros sin rencor y venganza, con equilibrio y solvencia personales. 

Se archive o no la causa, y eso está por ver, a los oportunistas que quieran hacer leña del árbol caído  les digo que paren en su intento de hacer más daño del ya ocasionado, que paguen los protagonistas lo que los tribunales en su día dicten y, particularmente, también le pido a Juan Fernando que pida perdón a su partido, a sus militantes y, en general, a todas las personas que apostaron por él.  Pienso   que ahora lo que necesita es silencio, anonimato, tranquilidad y que reflexione humildemente sobre su mala estrategia de defensa. 

Sin hipotecar otro futuro político posible en el tiempo, para mi francamente difícil, lo que muchos esperamos  es que vuelva a la Universidad y se entregue por completo a la docencia e investigación en la disciplina del derecho constitucional de  la que es Catedrático en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Su mejor aliado será la humildad, el silencio y el firme propósito de reparar el daño ocasionado sin que ello sea preciso tener que aventarlo entre los platós de TV o en entrevistas en los medios. Todavía, si le queda dignidad, puede rehabilitar su imagen y credibilidad personales. Eso espero.