La una en la Argentina, zonas de Quilmes y Bermal, la otra en la Gran Canaria, municipalidad de Las Palmas de Gran Canaria. Nos convoca un amigo para celebrar el encuentro de dos familias, argentina y canaria, unidas por los lazos de amor de sus hijos y la descendiente de ellos para así perpetuar la presencia canaria en aquellas tierras que si bien no es la más grande sí que está asegurada desde hace casi tres siglos. Los canarios-argentinos siguen, en aquellas tierras suramericanas, a través de los hogares y centros canarios, manteniendo viva esa forma de ser y de ejercer de canario en donde quiera que se encuentren. Es el signo de la emigración en aquellas tierras en la que los hombres y mujeres, fundamentalmente campesinos, obligados unas veces por la hambruna y otras por la aventura y la prosperidad, se veían obligados a abandonar su terruño isleño sin saber, en muchos casos, si en alguna ocasión, podrían plantearse el regreso. Muchos, como los indianos, pudieron hacer dinero y fortuna y regresaban convertidos en gente adinerada, pero fueron los menos. La mayoría, ni ellos, ni sus descendientes conseguirían volver, perdiéndose así la huella de sus ancestros isleños.
Mucho, y por personas autorizadas, se ha escrito sobre la emigración canaria a América, pero la historia de este fenómeno no es el objetivo de esta entrada, por lo que no quiero desviarme de mi verdadero interés, que no es otro que el de resaltar y arropar con mi presencia y la de tantos amigos y conocidos, la amistad que profesamos a Paco Montes de Oca, a su mujer y a sus hijos, como también al muy querido y recordado Quique, su hermano menor ya fallecido.
Como parranderos y amigos de parranderos, guitarras y laúd en mano, pasamos la tarde hermanados también con su familia política argentina. Nuestra música y la de la otra orilla atlántica se hermanaron en fraternal comida, despidiéndonos hasta los años venideros.