Después de muchos años hemos decidido cambiar nuestra rutina de pasar unos días de descanso en Punta Mujeres (Municipio de Haría - Lanzarote) para trasladarnos a FAMARA (Municipio de Teguise) y el resultado les puedo decir que ha sido óptimo. FAMARA siempre la he vivido en el recuerdo y sentido desde lejos. De pequeño en mis vacaciones de verano en Haría hablar del Risco era hablar de un lugar prohibido, siniestro, peligroso y siempre relacionado con la muerte. Les diré que el macizo de Famara, situado al noroeste de Lanzarote está formado por una serie de cortadas (acantilados basálticos) que van desde Punta Fariones (punto septentrional) hasta la propia Caleta de Famara (punto final más situado al oeste) pasando por la Batería del Río, las Peñas del Chache y la hermita de Las Nieves. En la orografía de la isla, en este macizo se alcanzan los puntos más altos (670 m). Volviendo a los recuerdos infantiles, al Risco se llevaba a los animales viejos y enfermos para que aliviaran su dolor, y así eran despeñados a mejor vida. También, por voluntad propia, algunos humanos dejaban alli su existencia, perdidos y desesperados pidiendo que el Risco los llevara, ponierndo así fin a sus penas y desgracias personales. De mayor, esos recuerdos sólo borbotean, a título de inventario, para transmitir a mis hijos y conocidos la idea de la inmensidad de historias que se esconden en las brumas alíseas de FAMARA.
Dos son las playas que se situan al pié del Risco: la llamada por la gente de Haría "Bajo el Risco" situada más al norte, que dispone de un camino, bajada en serpenteo, desde el pueblito de Yé, que recomiendo, aunque luego la subida a la fresquita de la tarde se "hace muy cuesta arriba". También se puede acceder en barco desde la Graciosa. De esta playa tengo unos recuerdos imborrables, por compartir en ella días de luz y pesca con mis hijos y otros familiares, en estado puro y salvaje que es la única manera de disfrutar de tanta inmensidad. La otra playa, la decidida para este verano, es la ya consolidada playa de Famara, también salvaje en su tramo final, donde no llegan los coches, ni las escuelas de surf y kite, al resguardo del risco, pero más visitada y abierta a los vientos casi permanentes del norte.
Nos alojamos en un bungalow, de los primeros y únicos construidos por una colonia danesa en el lugar. Aunque discretos en su construcción (década de los 60), en forma de media luna, casi bunkerizados no dejan de llamar la atención de los visitantes. Hoy ya son pocos los propietarios originarios y el lugar residencial se ha internacionalizado. No obstante apartado, a menos de un kilómetro de La Caleta, en su orígen un pueblito de pescadores, y hoy zona de veraneo preferentemente de la gente de La Villa, mantiene respecto a ésta casi una total independencia. Como en veranos anteriores, mi tiempo lo dediqué a la lectura(terminé Los girasoles ciegos y El tiempo entre costuras), a pasear en horas de la tarde-noche por los casi seis kilómetros de playa y, sobretodo, a la cocina. Disfruté de mis hijos, necesitaba este tiempo de ellos para mí y el mío propio para ellos. Cálida simbiosis, añorada cuando el trabajo y los compromisos te obligan y te precipitan a algo más que dos encuentros a la semana y a la regular llamada telefónica del cómo estás. La novedad de este año, que también disfrutamos todos, fué la presencia entre nosotros del niño de acogida de Lucía. De locura. A todos nos tenía al trote: preguntas y preguntas, juego y más juego, ése era su binomio de estancia. Semana intensa, bien vivida y disfrutada en la que, sin quererlo, siempre estuvo el recuerdo y la nostalgia de Punta Mujeres.
P.D.: En cocina el plato que brilló fué un arroz caldoso con bogavante gallego.