El día elegido fué el 1 de julio de 2011. Es el segundo año que trillo mi propia cosecha de trigo. Esperaba con ilusión ese día por mi y por mis invitados. Por mi porque volvía a revivir esa experiencia que de niño disfruté con mi abuela, mis tíos y mis primos en Lanzarote. Recuerdo el jolgorio que se formaba en torno a la era. Los adultos a su cosas y nosotros divirtiéndonos y distrayendo a los animales, en este caso eran burros, esperando el premio final que no era otra cosa mas que poder dar una vuelta, montados en los burros, en redondo a la era. Después venía la comida, el remate de aventar los granos, rellenar los sacos y trasportarlos al almacén. En aquélla ocasión no eran cereales, sino leguminosas: arbejas, judías, chícharos, garbanzos y lentejas.
Por mis invitados, hijos y sobrinos de ciudad, a los que tuve que explicar todo el proceso desde la siembra a la trilla y, finalmente, el molino. Los días anteriores me encargué personalmente de la siega a mano y a ellos les dejé una hilera para que vieran y experimentaran la dureza del trabajo agrícola. Sudaron la gota gorda, los puse a trabajar, con un sol plomizo y calor en alerta amarilla. Ellos mismos llevaron las gavillas de trigo a la improvisada era (un patio de lajas frente al alpendre) y allí se extendió en parva circular el trigo cosechado.Colocadas de una en una, desde el centro hacia el exterior del círculo, empezaron a pisar y así una vuelta y tantas más hasta que la paja resultante bajó su volúmen y quedó casi pegado a la laja. Cantaron, contaron chistes, se rieron y hacían preguntas de niños. Les dí un descanso mientras yo y el padre de Lucía, bajo su consejo, soltamos el trigo inviertiendo el orden de origen: lo de abajo arriba y lo de arriba abajo. Una nueva pasada y cuando la espiga dejó de llorar ya el trabajo, practicamente, estaba finalizado. Se comió y bebió en abundancia. El menú de la trilla consistió en asado de costillas, chuletas de cordero, pollo, salchichas, papas arrugadas con sus mojos y pan integral hecho en la propia finca en el horno de leña. De postre, buñuelos de San Martín y helados de turrón, piña tropical y melón, que yo mismo me engargué de elaborarlos días antes.
Después del descanso de la comida, nos relajamos y nos reímos con comentarios y chistes de los sobrinos e hijos. La tarde seguía plomiza y apenas corría una pizca de brisa. Finalmente, no pudimos aventar el grano, así que ése será un trabajo que me queda pendiente para las próximas semanas. Les expliqué, con cedazo en mano, una vez separada la paja gruesa, cómo íbamos recuperando los granos de trigo, casi limpios por la acción del viento. Ésto les impresionó ya que no se lo esperaban así. La imágen los transportó a los buscadores de oro del viejo oeste.
El trabajo había terminado. Hasta que se fueron nos entretuvimos con detalles de la vida animal. Fuimos a los corrales a que conocieran a los otros moradores de la finca: las gallinas, los perros, los gatos y la cabra Tara y su eventual compañero, un macho cabrío de raza palmera, que como puede hace su trabajo de cortejo y reproducción. Nos quedó tiempo para merendar un queque que Lucía consiguió sacar adelante con el calor residual del horno, y que desapareció al momento.
Fue este día de trilla un día pleno de vivencias y de satisfacciones. Espero repetirlo muchos años más, aunque sea a título de testimonio y experiencia, como lo hiciera el padre de Lucía en el día de hoy.