jueves, 21 de marzo de 2019

Una visita a Lisboa


La primera vez que visité Lisboa con unos amigos fue meses después  de la Revolución de los Claveles del 25 de Abril de 1974. Me encontraba en aquella ocasión en Madrid estudiando en la Universidad Complutense. Visité Estoril y algo de los acantilados de la costa de Cascais, pero mi recuerdo mas impactante lo refiero a la Sede del Partido Comunista de Portugal, donde estuvimos compartiendo con algunos militantes el tránsito de la dictadura militar de Salazar a la democracia, y la posibilidad de que sucediera en la España franquista algo parecido a lo allí acontecido.



Meras especulaciones  de juventud, aunque al final sucedería algo parecido, la llamada transición democrática, tras la muerte del dictador Franco, con la diferencia de que el ejército portugués sí que tuvo un papel impulsor del cambio de régimen, mientras que en España el ejército y la policía franquista  siempre fueron un vector de retroceso en la conquista de la libertades y de la democracia.

Muchos años han pasado de aquella visita  a una Lisboa pobre, que se estaba recomponiendo de su antiguo régimen y de la independencia de sus antiguas colonias de Africa, Asia y América.  En ésta que les relato, 44 años después Portugal y, particularmente Lisboa, se ha transformado en un estado democrático y en una ciudad hospitalaria, abierta, innovadora, moderna, culturalmente orgullosa de sus singularidades y laica, en la que la amabilidad de sus ciudadanos y su orgullo identidario mixto, nacional y de las colonias, ajeno al movimiento blanco, son una de sus características más sobresalientes.

Hermosa Lisboa, bien vestida, monumental, atractiva, rica en sensaciones, donde el afecto de sus ciudadanos desborda la simple cortesía. Esa es la Lisboa con la que me reencontré y me sedujo totalmente mientras paseaba por los barrios de la Alfama en el viejo eletrico.




Disfruté en este viaje de sus pueblos, los más cercanos a la capital, de sus plazas,


de su gastronomía de costa y sus postres variados, donde el "pasteis de Belem"


te sitúa en la línea roja de la adicción, de su arquitectura gótica en iglesias y conventos como el de Bathalla, y del estilo manuelino como los Jerónimos, de sus palacios, castillos y torres, como las de Belem y Palacio Nacional de Sintra, de las ciudades amuralladas como la de Óbidos


y el propio Castillo capitalino  de San Jorge, de las olas gigantes de Nazaré


y, finalmente, del pueblo de Fátima, villa mariana ligada a la Iglesia Católica que más que admiración me produjo un atávico pensamiento  controvertido sobre el papel de las religiones e iglesias en el destino y bienestar de los pueblos.



Intenso y en compañía. Para repetir.